Todos se sorprendían de la enseñanza de Jesús, por su sencillez y profundidad, por su mansedumbre y su autoridad, por su humanidad y divinidad. Jesús escandalizaba, no tanto por sus enseñanzas revolucionarias, sino por su familiaridad. Ante la sabiduría de Jesús, y su propuesta, las personas más cercanas a él, sus vecinos y allegados, quedaron maravillados, pasmados, y en cierto sentido irritados…
¿Cómo podía ser que uno de ellos, uno más del montón, tuviera esa sabiduría? ¿De dónde provenía ese poder que lo hacía único? Jesús era demasiado conocido para ellos, y a la vez un completo extraño. Todos pensaban conocerlo bien, pero en realidad ni sabían quién era.
El ejemplo de los vecinos de Jesús debería sernos una constante advertencia, un llamado a descubrir al Señor de nuevo cada día. La excesiva “familiaridad” con que a veces consideramos nuestra relación con el Señor Jesús puede transformarse en una trampa, en un velo que nos haga perder de vista la singularidad del Cristo.
Quizás no seamos de los que digan expresamente “¿No es éste el hijo del carpintero?” Pero, una y otra vez pretendemos imponer al Señor nuestros particulares puntos de vista. Suponemos que por “conocer” a Jesús, él debe amoldarse a nuestros prejuicios y expectativas egoístas.
Dejémonos sorprender por la novedad siempre fresca de Jesús. Abrámonos al soplo restaurador de su Espíritu, y esperemos confiando plenamente en su amor inagotable.
“El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos.” Juan 3.31
Fuente: RestauraciónNT.blogspot.com